
La biografía de Miguel Hidalgo, es una historia de la fuerza, la determinación, y lucha que emprendió un hombre por sus creencias y por el país en el que creía. Un hombre tan fuerte como inteligente, y a la vez bondadoso e íntegro. Tristemente, su historia tiene un final trágico, pero su legado mantiene una enseñanza de valentía que prevalecerá por siempre…
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La vida de Miguel Hidalgo infancia
De nombre completo, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, nació en la Hacienda de San Diego de Corralejo, Pénjamo (Guanajuato), el 8 de mayo de 1753. El segundo de cuatro hijos del matrimonio que formaban el administrador de Corralejo, Cristóbal Hidalgo y Costilla, y Ana María Gallaga.
En junio de 1765 Miguel Hidalgo junto a su hermano José Joaquín partió a estudiar al Colegio de San Nicolás Obispo, ubicado en Valladolid, capital de la provincia de Michoacán, donde los miembros de la sociedad parroquial Compañía del Jesús se hospedaba, y quienes incluyeron las cátedras de latín, derecho y estudios sacerdotales a los estudiantes.

Fue en esta institución donde, también, Hidalgo estudió letras latinas, leyó a autores clásicos como Cicerón y Ovidio, y a otros como San Jerónimo y Virgilio. A los diecisiete años de edad ya era maestro en filosofía y teología, por lo que entre sus amigos y condiscípulos se ganó el apodo de “El Zorro”, por la astucia que mostraba en juegos intelectuales. Aprendió el idioma francés y, gracias al contacto que tuvo con los trabajadores de su hacienda en su infancia, la mayoría de ellos indígenas, Hidalgo aprendió muchas de las lenguas indígenas habladas en Nueva España, como lo eran el otomí, náhuatl y purépecha, ya que la zona de Pénjamo era una de las regiones con mayor diversidad de grupos indígenas.
Fue gracias a su extenso conocimiento en todos los ámbitos anteriores que Miguel Hidalgo fue capaz de impartir clases de latín y filosofía a la vez que seguía sus estudios. Una vez que los culminó, trabajó en la que fue su fuente de aprendizaje. Durante los años 1782 a 1792, trabajó en el Colegio de San Nicolás Obispo muchas veces ejerciendo como tesorero, otras como maestro y desde 1788 como rector, después de haber sido ordenado sacerdote en el año 1778.
Fue durante esta época que conoció a su alumno y sucesor de ideologías políticas, especialmente en su sueño de liberar a los indígenas de la opresión de los conquistadores; el voluntarioso José María Morelos.
Vida eclesiástica y primeros enfrentamientos políticos
Desde su llamado eclesiástico, el ahora cura, Miguel Hidalgo, ejerció en varias parroquias, se movía en círculos donde se debatían las ideas políticas con total libertad, y llegó a ser denunciado a la Inquisición por expresar opiniones desacordes con la religión, pero el caso nunca fue llevado a juicio por falta de pruebas.
En el año 1803, tras la muerte de su hermano Joaquín, Hidalgo lo sustituyó como cura de la población de Dolores, en el estado de Guanajuato. Fue en Dolores donde, además de ejercer espléndidamente su cargo eclesiástico, emprendió tareas de gran reformador y de sobresaliente erudito, llevando a la práctica sus ideas entre sus feligreses, conformados en su mayoría por miembros de la población indígena, en un intento de mejorar sus condiciones de vida. Así fue como el cura Hidalgo se ocupó de ampliar el cultivo de viñas, de plantar moreras para la cría de gusanos de seda y de fomentar la apicultura. Promovió asimismo los hornos de ladrillos y una fábrica de loza, y animó a la construcción de tinas para curtidores y otros talleres artesanos muy útiles para la prosperidad de la población, lo que le valió el apoyo incondicional de los parroquianos.
Mientras tanto, en Querétaro se iniciaba una conspiración organizada por el funcionario Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez, y también participaban los militares Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Allende se encargó de convencer a Hidalgo de unirse y ser dirigente del movimiento, ya que el entonces cura de Dolores tenía amistad con personajes muy influyentes de todo el Bajío e incluso de la Nueva España, como Juan Antonio Riaño, intendente de Guanajuato, y Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán. Éste aceptó, y se puso como fecha de inicio para el movimiento el 1 de diciembre, día de la Virgen de San Juan de los Lagos, pero fue propuesto el hacerlo el 2 de octubre, por cuestiones militares y estratégicas.
Es aquí en que la historia del cura Miguel Hidalgo se dirigió a la independización.

Las cosas tomaron un giro turbio para el cura y sus compañeros independentistas cuando, en la primera semana de septiembre de ese mismo año, arribó a Veracruz el virrey Francisco Xavier Venegas, quien al momento de su llegada recibió información acerca de una conspiración contra el gobierno real español en México. El intendente de Guanajuato, Juan Antonio Riaño, ordenó al comandante de la plaza investigar sobre aquellos rumores, y pocos días después, se realizó una redada en Querétaro con el fin de capturar a los responsables. Entre toda la operación, se logró arrestar a Epigmenio González y se ordenó la aprehensión de aprehensión en contra de Allende, que escapó a una población del Bajío.
Por medio del alcalde de Querétaro, Balleza, Doña Josefa fue informada de las capturas y se dispuso a prevenir a Hidalgo sobre el peligro que corrían, trágicamente, antes de salir a Dolores fue encerrada en una habitación por su marido para que no avisara a los conspiradores. Sin embargo y por fortuna, la corregidora pudo contactar con Allende a través de Balleza, para informar oportunamente a Hidalgo.
El Grito de Dolores y demás batallas
Con la información de parte de Doña Josefa en sus manos, en las primeras horas del 16 de septiembre, Allende llegó a la casa cural de Dolores, donde Hidalgo todavía dormía.
Tras despertarlo e informarle de los acontecimientos, ambos decidieron lanzarse a la lucha armada antes de que los españoles destruyeran sus planes. Alrededor de las cinco de la mañana Hidalgo, usando la campana de la parroquia, convocó a la misa patronal del pueblo y dio el Grito de Dolores, con lo que empezó formalmente la lucha por la independencia de México.
Con poco más de 6.000 soldados de su parte, Hidalgo y sus compañeros, Allende, Aldama y Abasolo iniciaron la lucha. En pocos días entró sin ninguna resistencia en Celaya, Salamanca y Acámbaro, donde fue proclamado como capitán general de los ejércitos sublevados. Posteriormente llegó a Atotonilco, donde entró al santuario local y asumió el gallardete de la virgen de Guadalupe que ahí se encontraba como el símbolo de su movimiento.
Doce días después del levantamiento, el 28 de septiembre, en Guanajuato, Hidalgo comandó la llamada “Toma de la Alhóndiga de Granaditas”. Al entrar en la ciudad intentó intimidar al intendente de Guanajuato, su viejo amigo Juan Antonio Riaño. Pero éste desistió de entregar la plaza sin un enfrentamiento, prefirió reunir al regimiento local para estacionar en la bodega más grande de toda la provincia: la Alhóndiga de Granaditas, donde también se congregaron miembros de las familias más acaudaladas de la ciudad.
Hidalgo ordenó a Allende, encargado del armamento del movimiento, lanzar a sus tropas contra el edificio. Tras más de cinco horas de combate, el Juan Antonio Riaño salió a luchar en persona, pero murió de un balazo que le propinó un indígena. Le sustituyó uno de los abogados, quien legalmente debía quedarse a cargo de la intendencia en ausencia del titular, e intentó pactar con los insurgentes y alzó una bandera blanca en señal de paz, y la tropa rebelde cesó el ataque. El coronel García de la Corona, comandante militar de la plaza, mató al funcionario y reinició las acciones guerreras.
El ejército rebelde y los militares al mando de Allende y Aldama pudieron penetrar en la alhóndiga, y una vez dentro mataron a todos los españoles que ahí se encontraban. Acto seguido, se dio el saqueo de la ciudad con el cual los insurgentes pudieron conseguir fondos para batallas posteriores.

El siguiente destino que el cura Hidalgo puso en mira fue Valladolid, capital de Michoacán y una de las ciudades más influyentes del virreinato, y a la cual Hidalgo y sus tropas entraron el 17 de octubre. Todos los acaudalados, principalmente españoles, comenzaron a huir semanas antes de la toma de la ciudad, sobre todo por el conocimiento del robo que había realizado el ejército cuando tomaron Guanajuato, pero esto no fue impedimento para que el cura tomase parte de la propiedad de la jurisdicción local.
Para el 20 de octubre se unió a Ignacio López Rayón en Tlalpujahua, y más tarde, ese mismo día, habló con José María Morelos, en Charo. Este sacerdote, antes exalumno suyo, pidió permiso para luchar y, además, de convertirse en el sucesor de Hidalgo en la lucha.
En la mañana del 30 de octubre, Torcuato Trujillo enfrentó a los insurgentes en la batalla del Monte de las Cruces, acción en la que los realistas, inferiores en número de soldados, fueron derrotados por más de 80.000 insurgentes, quienes sin embargo perdieron gran número de efectivos. El paso siguiente para la tropa era tomar la Ciudad de México, pero Hidalgo, queriendo evitar una masacre como la ocurrida en Guanajuato, envió a sus emisarios a negociar con el virrey Francisco Xavier Venegas, quien rechazó sus ofertas, y, por consiguiente, la duda de Hidalgo. Pese a que Allende trató de presionarlo para continuar, decidió retirarse al Bajío para continuar la lucha; para encontrarse vencido por el brigadier y capitán general de San Luis Potosí, Félix María Calleja, en la batalla de Aculco, luego de dicha retirada.
Tras este acontecimiento, Miguel Hidalgo e Ignacio Allende decidieron separarse para continuar con la lucha. El cura marchó a Valladolid, mientras que Allende se fortificó en la Alhóndiga de Granaditas, donde aún estaban algunos prisioneros españoles.
Un tiempo después, Allende, Aldama y Jiménez se unieron a Hidalgo en Guadalajara el 8 de diciembre.
El 17 de enero del año siguiente, Hidalgo, junto a Allende, Rayón, Aldama y Jiménez, avanzaron hacia el Puente de Calderón para enfrentar a Calleja, en un hecho conocido como la “Batalla de Puente de Calderón”, en la que en un principio la situación fue favorable a los insurgentes, pero luego de la explosión de un carro de pólvora, propiedad de la tropa de José Antonio Torres, los realistas comenzaron a ganar ventaja al punto de hacer huir a los insurgentes en desbandada, quienes perdieron dinero, municiones y riquezas durante la retirada.
Captura de Hidalgo
Hidalgo y Allende, los dos principales jefes de la insurrección armada, agrandaron sus diferencias por causa de la derrota en el Puente de Calderón. Su aversión era tal, Allende confesó haber estructurado un plan para envenenar al “bribón del cura”, como llamaba a Hidalgo. Fue por esta antipatía y diferencias de pensamiento que acordó con Aldama, Abasolo y Rayón despojar a Hidalgo del mando militar. Justo entonces, Allende recibió comunicación de Ignacio Elizondo, antiguo realista ahora militante en las fuerzas revolucionarias, pero realmente se trataba de un espía del gobierno virreinal. Éste invitó a los jefes del levantamiento a detenerse en su zona de influencia, conocida como las Norias de Acatita de Baján, situado en la frontera de Coahuila y Texas.
El 21 de marzo, el cura Miguel Hidalgo y Costilla llegó a las norias junto con sus tropas. Primero llegó el contingente de Abasolo y sus soldados, quienes fueron capturados por los efectivos españoles. Poco después, y sin percatarse de la captura de Abasolo; Allende, su hijo Indalecio, Aldama y Jiménez bajaron de un coche escoltado por algunos capitanes. Tras ofrecerles algo de comer, fueron aprehendidos, pero Allende opuso resistencia y Elizondo mató a su hijo. Finalmente apareció Hidalgo, a caballo y escoltado por pocos hombres, y cuya captura fue la más sencilla de todas.
En su juicio, Allende, Aldama y Jiménez fueron encontrados culpables del delito de alta traición, y se les condenó a muerte en mayo del mismo año. Abasolo aportó datos adicionales sobre la insurgencia que permitieron llevar a cabo redadas donde se obtuvo material para contrarrestar el movimiento. Su colaboración, sumada a los esfuerzos de su mujer, logró conmutar su condena a la de prisión perpetua en Cádiz, España.

Mientras esto ocurría, en Chihuahua, Allende, Aldama y Jiménez fueron pasados por las armas por la espalda en la plazuela de la ciudad el 26 de junio. Más tarde sus cuerpos fueron decapitados y sus cabezas enjauladas. Hidalgo fue enterado de esta noticia la misma noche de la ejecución. Días después, el obispo de Durango ordenó el proceso para degradar al ex párroco de Dolores de su condición sacerdotal para que se pudiese llevar a cabo su ejecución.
Muerte
Hidalgo pasó por dos juicios, uno eclesiástico, ante el Tribunal de la Inquisición; y posteriormente un juicio militar, ante el Tribunal de Chihuahua, que lo condenó a muerte.
Al amanecer del 30 de julio de 1811, cuando llegó la hora de su fusilamiento, Miguel Hidalgo pidió que no le vendaran los ojos ni le dispararan por la espalda (como era la tradición al fusilar a los traidores). En cambio, pidió que le dispararan a su mano derecha, que puso sobre el corazón del lado izquierdo. Hubo necesidad de dos descargas de fusilería y dos tiros de gracia disparados a quemarropa contra su corazón para acabar con su vida, tras lo cual un comandante tarahumara, de apellido Salcedo, le cortó la cabeza de un solo tajo con un machete, para recibir una bonificación de veinte pesos.
Despues, su cuerpo fue sepultado en la capilla de San Antonio del templo de San Francisco de Asís, en la en Chihuahua, y su cabeza fue enviada a Guanajuato y colocada en la Alhóndiga de Granaditas, en cada esquina y dentro de una jaula de hierro, junto a las de Mariano Jiménez, Juan Aldama e Ignacio Allende, en donde permaneció por diez años.
Te invito a que sigas conociendo a los mas importantes personajes que han dejado huella en la historia:
- Autobiografia de Lazaro Cardenas
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Conclusión
Pese a tener un final trágico, no debemos estar tristes por la historia Miguel Hidalgo. Como su biografía nos cuenta, él fue hombre de fuerza, de determinación, de fe. Una fe que se manifestó en cada una de sus batallas, una fe que elegía creer en la libertad de su país, una fe trajo su nombre y el de México a la historia.